El SLS, Space Launch System, fue la opción de la NASA para dejar contentos a todos los senadores y congresistas a la hora de distribuir el dinero de los contribuyentes asignado a la misión Artemis hacia la Luna. Esto demostró ser un pequeño desastre: atraso y sobrecosto.
El SLS lleva unos 6.000 millones por encima del costo calculado y un atraso de seis años según una auditoría del Inspector General de la NASA, un programa espacial que apunta a costar USD 93.000 millones para 2025 con 23.800 sólo en 2023 para el SLS.
Hay varios problemas con este lanzador super-pesado super-caro, el uso de los motores RS-25 del transbordador espacial que se habían dejado de construir y donde hubo que reiniciar una cadena de producción en Aerojet Rocketdyne para los nuevos RS-25E (sólo 16 de los “viejos” son reutilizados, el resto deberá construirse de cero).
El uso de esta tecnología “vieja” hace más difícil la adaptación a las nuevas tecnologías que si se hubiese empezado de cero con un diseño adaptado a las necesidades actuales. Desde SpaceX a BlueOrigin y ULA demostraron que enfocarse en un nuevo diseño es mucho más rentable, pero la NASA insistió en usar los complejos RS-25 que, para colmo, en vez de reutilizarse (como los del Shuttle) se descartan en el océano. Un costo insalvable.
Esto aumentó el costo por booster de 2500 millones a 4500 millones al pasar de los motores “refurbished” a nuevos, atrasando el programa Artemis unos cinco años.
Otro problema detectado es que los contratistas pueden subir libremente el presupuesto en vez de tener uno fijo al cual atenerse, si se exceden pueden hacerlo, y lo hacen no porque sea un número real sino porque pueden. Empresas privadas como las antes mencionadas no tienen este inconveniente y pueden manejar mucho mejor los costos, la realidad es que la NASA no es la que fabrica las piezas, son siempre contratistas militares.
Todo esto es el resultado de un cohete diseñado por comité donde la política estuvo por encima de la ingeniería, el resultado: atraso y sobrecosto.
